jueves, 13 de noviembre de 2008

Capitulo 3

3
Para mi sorpresa el día jueves por la mañana me llamaron de la imprenta para que vaya a cobrar.
- Hola, hablo con la casa de Pablo Gomez?
- Si, soy yo
- Te llamo para avisarte que podes pasar a cobrar por la imprenta.
- Bueno, en un rato voy.
Colgué y me vestí. Me bañe rápido mientras se calentaba el agua para el café. Estaba nublado y mi mamá estaba tomando mate y mirando la televisión.

Llegue a la imprenta cerca del mediodía. Entre directamente a la oficina, estaba abierto.
El supervisor estaba sentado y fumando y haciendo chistes con la secretaria a la cual yo no conocía. Habían echado a Claudia, la secretaria anterior. Miré para el lado del taller y tampoco vi a mis antiguos compañeros. Supongo que era verdad que no había trabajo y me di cuenta que nos habían echado a todos. Seguía sin entender el por qué de la secretaria nueva.
- tu nombre?
- Pablo Gómez – maldito idiota, pensé, ya no se acuerda de mi nombre
- Si, si… te debíamos un mes entero no?
- Si – en realidad me debían tres semanas, yo pensé que me estaba cargando
- Bueno, serian $400. – saco un montón de billetes de cien de su bolsillo y me dio cuatro miserables papeles.
- Cualquier cosa te volvemos a llamar – me dijo y se guardo el resto del dinero
- Bueno. – le di la mano y caminé hacia la puerta. La secretaria me sonrió. Salí.

Decidí tomarme el subte para ir al centro, tenía ganas de pasear.
Estaba sentado al lado de una mujer de cara triste y muy vieja y vi por la ventanilla un cartel sobre un concurso de poesía organizado por el gobierno y por los del subte. El tema era libre y tenía 2 días de plazo para presentarlo. Anote la dirección de correo en el reverso del boleto y lo guarde en el bolsillo de la campera.
Era en una oficina del centro cultural san martín de avenida corrientes.
Durante el trayecto, en el subte, me puse a leer de mi cuaderno, el cual tenia en la mochila, las ultimas poesías que había escrito y decidí que iba a mandar una que se llamaba “siempre falta poco para que sea tarde”.
Cuando baje del subte, subí la escalera, camine por avenida corrientes y me metí en un locutorio para copiar he imprimir la poesía.
Compre un sobre de papel madera y anote mis datos en el reverso.
No subí hasta la oficina, lo deje en la mesa de entrada del centro cultural, el empleado me dijo que el después subía el sobre. Le creí.

Cuando salí nuevamente a la calle ya no tenía ganas de pasear, así que volví a mi casa. Me metí en mi habitación, guarde la plata adentro de un libro y encendí un cigarrillo. Puse un disco de Bob Dylan y me recosté en la cama.
Deje de pensar en el concurso de poesía y en el trabajo.

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